Han sido tres días muy particulares. En principio no me seducía la idea de ir a ver un partido de rugby, teniendo en cuenta que ese tipo de deportes no son el sueño de mi vida, pero esto en realidad era la disculpa para salir de la rutina y pasear por otros lares diferentes a los cotidianos; podía ser Dublín, que por cierto no lo conocíamos, o cualquier otro sitio fuera de aquí.
Pues bien, después de dos vuelos diferentes para conseguir llegar a la capital de Irlanda, que en teoría está cerca, pero sin conexión directa, por el momento, desde La Coruña, llegamos acompañados por unos cuantos amigos y nos dirigimos al alojamiento pactado. Dejamos nuestros pocos bártulos e inmediatamente pusimos rumbo a algún lugar donde cenar y, como no, empezamos con el consumo de pintas “Guinness” que es lo propio del lugar.
Al día siguiente pateamos la ciudad, visitamos el Trinity College con su fabulosa library; la catedral, etc..Callejeamos y fuimos, como no, a “La Guinness storehouse” (fabrica de la cerveza Guinness en cristiano), que por lo visto es una de las mas famosas atracciones turísticas de la ciudad, donde se puede probar y saborear, lo que se puede suponer y de lo que empecé a estar un poco harta rápidamente, ya que no me gusta para nada ese tipo de cerveza, por muy famosa que sea. En realidad me apetecía más tomar una media rubita fresquita con un aperitivo que brillaba por su ausencia, pero en fin, “donde fueres haz lo que vieres” y seguimos en la misma línea.
También nos dirigimos por la tarde a la fábrica de whiskey irlandés “The old Jameson”, pero no la visitamos, ya fue suficiente con la anterior, así que nos limitamos a una degustación. Parecía más bien que hubiésemos ido con la intención de hacer la ruta del alcohol.
Hay que reconocer que los pubs de esta ciudad son increíbles, siempre atestados de gente, a cualquier hora de día o de la noche y en esos días aun más por el inminente partido de rugby entre “Escocia e Irlanda”, sobre todo el sábado, día del encuentro. La ciudad estaba atestada de escoceses con sus típicas falditas y sus gorros estrafalarios, comprados expresamente para la ocasión, como así hicimos nosotros también, para no desentonar en el asunto e involucrarnos en el ambiente.
Esa noche fuimos a cenar a un lugar que había sido una antigua iglesia católica y bueno, que puedo decir de esa comida, pues que para mi particularmente, dista mucho de la comida que tenemos en nuestro país, por muy lujoso que sea el restaurante, pero en fin por unos días no pasa nada de nada y hay que probarlo todo.
Después cruzamos a un pub de tres plantas, increíblemente grande, el más grande que jamás he visto. Por supuesto también abarrotado de gente. Parecía un palacete antiguo y allí seguimos la velada.
Por la mañana tomamos rumbo hacía una cárcel denominada Kilmainham Gaol, era una cárcel situada a las afueras de Dublín, reconvertida hoy en museo. Parece ser que allí se rodó la película “En el nombre del Padre”. Fue una visita distinta pero interesante y bastante siniestra. En fin, hay que ver y sentir cosas diferentes.
Por la tarde, como no, llegó el gran momento esperado por la people, “el partido de rugby
La calle que llevaba al estadio parecía un peregrinaje. Una marea alborotada de todo tipo de gente; hombres, mujeres, niños, familias; contentos y felices de una manera, para mi sorpresa bastante sana y civilizada. No se por que, yo el rugby le he asociado a algo bruto y salvaje, pero tengo que reconocer que nada más lejos de la realidad, ya que el ambiente era de lo más festero y alegre, por no mencionar lo emocionante de los himnos de los países en cuestión que hacían conmover a los presentes, y al fin y al cabo yo pensaba “que bien la gente unida en este tipo de celebraciones y no en otros malos rollos que hay por el mundo adelante", incluso en el football parece haber, a veces, peor ambiente que el que se respiraba en aquel lugar.
Así pasó el partido entre una multitud bastante desenfadada, y que decir del que tenía detrás de mi, que en su euforia, tocaba mi gorro constantemente, con una efusividad sin igual, cosa que nos hizo padecer algún que otro ataque de risa.
Después seguimos con la cena y las pintas de rigor en una calle llena de pubs y de gente deambulando de lo más extravagante. Lo más llamativo de todo fue ver a un orador religioso, entre tanta vorágine, predicando para unos cuantos que lo escuchaban ensimismados.
“Así es Dublín”, una ciudad antigua, un poco mal cuidada, pero llena de una vida peculiar y de algunas contradicciones.