Vives y decides que la vida es eterna, aunque todo te diga alrededor que estás equivocado.
Haces planes y notas el fracaso más profundo si no logras alcanzar el triunfo deseado.
Piensas y tus pensamientos se vuelven infinitos ante la falsa realidad que tu has creado.
Sientes que eres el dueño de tu propio destino y creces intentando alcanzar las metas de tu imaginario universo.
A veces, achacas el fracaso a límites externos a los que haces responsables de tus desvarios.
Quisieras dibujar el mundo a tu medida, ejercer de amo de tus sentimientos. Quisieras retener lo amado para siempre, encarcelar lo que le da sentido a tu existencia.
Sabes de la palabra injusticia, cuando la pones en tu boca fácilmente, sin un coste cercano que te toque.
Un día despiertas de tu sueño irreal y al fin entiendes que la vida es finita y el tiempo está acabado. No hay treguas ni demoras, es este tu camino, tu periodo asignado. No caben los lamentos, no existen otros plazos.
Los planes se revientan, no hay falsas realidades, más bien tan solo es una y al fin la tocas con tus manos.
El destino es tu dueño y no al revés. Las metas esperan a merced del pasado.
No existe el fracaso de los otros, ni tu propio fracaso, más bien te atrapa tu sendero, mientras le buscas sentido a todo lo soñado.
La injusticia ahora es tan cercana que las sufres en vena. Las palabras fáciles son propiedad de otros y eres tú aquí y ahora el protagonista de un relato que antes pensabas muy lejano.

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