Hoy he vuelto a recordar los momentos vividos este verano en Perú, y ahora en tiempo pasado y sin la preocupación del momento presente, te produce una grata sensación y una leve sonrisa, aunque hay que reconocer que hubo momentos de incertidumbre también, que unidos a los buenos ratos, formaron uno de los mejores viajes para recordar.
En esos días que se produjo la huelga de transportes que ya comenté, nos volvimos a ver involucrados, sin querer, en semejante lío, ya que como se sabe, en un viaje como el nuestro se tienen concertado los hoteles para determinados días y hay que completar una programación que te permitirá visitar todo lo que deseas. No tienes más remedio que ir de un lugar a otro, de ahí, aquel día nuestro gran problema, “el desplazamiento”.
Deberíamos haber salido esa mañana camino de Cuzco, que era nuestro próximo destino, en un bus turístico; visitando en el trayecto algunos lugares.
Llamamos a la agencia porque la huelga de transporte parece que seguía y evidentemente nuestro autobús no iba a salir. Les pedimos que nos diera una solución para poder llegar a Cuzco. Dijeron que nos llamaría más tarde, a ver si lo arreglaban de alguna forma.
Dos horas después nos llamaron ofreciéndonos la única solución posible en aquellos momentos. Nos sugirieron ir en coche hasta Juliaca, una población a unos 20 minutos de donde estábamos hospedados en Puno y que allí tomaríamos un avión hasta Arequipa, la ciudad de la que habíamos llegado hacía tres días hasta Puno; después saldríamos en un bus nocturno hasta Cuzco. Un bus al que le llevaría toda la noche llegar a su destino.
En principio pensamos ¡que barbaridad de horas!, pero no tuvimos ninguna otra opción si no queríamos quedarnos allí, sin proseguir nuestro recorrido y consecuentemente perdiéndonos una de las partes mejores de éste.
Bueno, pues así fue, un guía y su chofer en un todoterreno vinieron a buscarnos y muy amablemente nos dijeron que como a la entrada de Juliaca había barricadas y no iba a ser posible atravesarlas, iríamos campo a través por una zona sin siquiera carreteras y que así llegaríamos a tiempo a un vuelo que no se sabía muy bien si salía a la 1, las 2 o las 3 de la tarde.
En nuestro abrupto camino por los campos, teníamos la sensación de no saber si íbamos para arriba o para abajo, para la izquierda o para la derecha y nuestros dos acompañantes parecía que tampoco lo tenían demasiado claro. A veces teníamos que atravesar la finca de algún paisano que trabajaba sus tierras y que nos ponía mala cara.
Nos paraban, hablaban con el guía, como si no pretendieran dejarnos pasar, a lo que el guía respondía sacando del bolsillo unas hojas de coca, de las que tanto se consumen por allí, las mismas que nos había hecho tomar para no sufrir el “mal de altura”, y se las regalaba amablemente, de tal forma que, al instante, nos permitían pasar sin ningún tipo de problema.
Volvimos a seguir nuestro recorrido de un lado para otro, parecía que andábamos los cuatro un tanto despistados. Yo preguntaba “¿llegaremos a tiempo?” y la respuesta siempre era la misma “si,si.., no se preocupe, hay tiempo de sobra”.
Pero los obstáculos no habían terminado. Un poco más allá vimos lo que parecía una acequia. Al no ver posibilidad de paso por otro lugar, el conductor se lanzó sobre ella con decisión a fin de atravesarla con su supuesto potente coche, pero nada más lejos de la realidad. Nos quedamos allí colgados, como en un alero, sin poder ir ni hacía delante ni hacía atrás.
Nos bajamos del coche. Yo miraba con ojos estupefactos a mí alrededor. Estábamos en medio de la nada, colgados de una acequia y sin saber si llegaríamos a coger el dichoso avión. No se cuantos pensamientos absurdos pasaron por mi cabeza en esos momentos, pero lo cierto es que no sabía si reír, por lo cómico de la situación, o llorar por el desamparo que me invadía.
Los tres hombres se pusieron manos a la obra, intentando empujar el vehículo por detrás. Tengo que reconocer que yo les observaba con pocas esperanzas, por lo complicado de la escena, pero ocurrió y después de un espectacular esfuerzo, consiguieron que las ruedas salieran de su atasco.
Lo que en principio iban a ser 20 minutos, se convirtió en dos largas horas, pero llegamos a coger el avión que nos llevó a Arequipa de nuevo y más tarde el bus nocturno, en el que nos alojaron en la última fila del piso de arriba, justo donde estaba localizado el mueble de servir las bebidas. Casi no teníamos sitio ni para respirar. Además por estar junto a la ruedas de atrás, en lo más alto, y teniendo en cuenta de que el itinerario iba a ser en lugar de por la carretera principal, por una vía a la que ni siquiera se le podía llamar carretera, todo esto, claro está, para poder evitar las barricadas que seguían presentes en cada rincón del país; nos pasamos la noche dando botes y sin poder casi movernos. Por momentos parecía que íbamos a salir disparados por encima del techo del bus.
Llegamos a Cuzco hechos un asco, cuadriculados, con sueño y agotados pero contentos de estar allí y de poder seguir con nuestra aventura.
Como suele suceder, después de pasados los acontecimientos es cuando uno los ve de otra forma y se suele reir de lo que pasó