Querida viejita mía.
Ahora que te has ido para siempre, ahora que jamás volveré a calentar tus manitas entre las mías como cuando íbamos al Sintrom, que tus tiernos ojillos no me volverán a mirar con aire de bondad y de esperanza, ahora que tanta falta me hacen tus palabras, siempre positivas, llenas de ternura y de consuelo.
Ahora, donde quiera que estés, si es que existe un lugar para los que no estarán nunca más; quiero que sepas que te echo tanto, tanto de menos que no pasa un día sin que pueda evitar que las lágrimas se asomen a mis ojos, sin que tus palabras repiquen en mi mente, sin que tu frágil imagen me asalte cada instante y quisiera encontrarte en cada rincón que frecuentabas, en cada cosa que me rodea.
Son tantos los buenos recuerdos que guardo de ti, que no puedo remediar este dolor intenso que me invade y aunque se que tu no querrías que esto fuera así, no lo puedo controlar, no soy tan fuerte como tu querrías que fuera; tratare de serlo, por lo míos. Ellos no se merecen mi debilidad. Tratare de ser valerosa como tu lo fuiste y espero que el haberte tenido tantos años junto a mi, me haya servido para conseguirlo.
Querida viejita mía, mi María, sabes que nos vamos a seguir reuniendo por ti, toda la familia, el día de tu cumpleaños, cumplirías 98. Vamos a tratar de que así sea, de que siga siendo ese día grandioso y único en el año, como cuando estabas tu. Pondremos lo mejor de nuestras voluntades, pero tu bien sabes que nada será igual sin tu presencia, aunque anides de una forma especial en nuestros interiores, porque así eras tu, alguien especial, muy especial para nosotros.
Mi María, ayúdame a pensarte sin tristeza, ayúdame a sentirte sin dolor, sígueme acompañando en el camino de la vida, dame algo de tu fuerza y alivia la angustia de mi apenado corazón.