Estrenamos un año más. Han pasado las fiestas con sus sentimientos contradictorios.
Buenos momentos, recuerdos de tiempos pasados, memoria para los que ya no están, comilonas, comilonas y más comilonas pero sobre todo reuniones con los seres queridos, que es al fin y al cabo lo que nos mueve en este tiempo. Esa sensación de reunir a toda la familia, eso es verdaderamente lo que llena el corazón de una alegría infinita que no se puede comparar con la algarabía consumista que rodea todo este tinglado que hemos ido montando en nuestro entorno y que a veces se hace pesado y disparatado, teniendo en cuenta que nos encontramos en la parte favorecida de las cosas, de los que pueden celebrar con los demás, de los que pueden ofrecer cenas “especiales” y que cada vez piensan que son menos especiales porque todo el año se come de todo; de los que pueden hacer regalos, más o menos grandes, pero regalos al fin y al cabo.
Somos de los que deberíamos pensar en esa otra parte del mundo que nos rodea, que es la gran mayoría de la humanidad, esa que no dispone de todos estos lujos, tal vez ni siquiera de lo básico para recordar la Navidad de manera especial o tal vez pensamos en ello, pero la instalación en el bienestar, a veces, hace que no renunciemos a ninguno de nuestros privilegios en favor de nada ni de nadie y nos criticamos por ello una y otra vez sin ningún resultado efectivo porque vivimos paralizados ante las injusticias, cada día más cotidianas y a las que nos hemos acostumbrado de forma insensible.
Brindemos para que este año todo sea mucho más justo y para que nuestros corazoncitos que se deprimen fácilmente por banalidades, sean capaces de conmoverse por las cosas verdaderamente importantes.