Paso el día grande y todos lo pasamos genial alrededor de nuestro pequeño personaje; pequeño en estatura y grande de espíritu y corazón. Cenamos, bailamos e hicimos el tonto, todo lo que pudimos; y reímos, como no, que es lo importante.
Con una copita de la queimada con la que culminó nuestra cena, uno es capaz de dar piruetas en el aire, y no es que bebiéramos demasiado, pero la chispita y la alegría no faltaron.
La abuela bailaba con nosotros a su ritmo, claro está, hasta que llegó un momento en que nos dijo con mucha diplomacia “Muchachitos, yo me voy a la cama, que ya va siendo hora de que los pequeños nos vayamos a dormir”. Debía de estar bastante cansada y así lo hizo y nosotros continuamos la fiesta hasta las tantas.
Al otro día seguimos con la celebración, porque el cumple de la abuela tiene tres días de celebración,…ja,ja…Fuimos a comer fuera a un restaurante que se llama “Casa Vasca” y al que como hemos ido tantas veces en el cumple de la abuela, pues ya nos conocen, así que le pusieron su velita para que soplara y le pudiéramos cantar el “cumpleaños feliz” y se siguiera sintiendo protagonista del momento.
Después, por la tarde en casa, seguimos en la misma línea, comimos nuestra propia tarta y seguimos con el canturreo de “Feliz cumpleaños”.
Bueno lo cierto es que la viejita se sintió como una reina, sus 96 años fueron como todo un soplo de vida hecho realidad y la posibilidad de juntarnos todos es el mejor regalo para ella. ¡Te queremos abuela!