Queríamos conocer Cuba desde hace tiempo, sobre todo, antes de que las cosas cambiaran para tener una idea real de todo este proceso que han estado viviendo con Fidel.
Pues bien, preparamos con gran ilusión nuestro viaje en octubre del pasado año y para allá fuimos. Debo decir que fue uno de los viajes más desafortunados que hicimos hasta ahora ya que se dieron un cúmulo de incidencias, las cuales, a pesar de estar acostumbrados a algún que otro contratiempo vivido en alguno de los países que hemos visitado y que quizás fueron más importantes que todo lo ocurrido en Cuba, éstos consiguieron estropear bastante nuestras expectativas en este país.
La noche que llegamos al aeropuerto de la Habana, casi tuvimos que adivinar y descubrir al paisano que nos venía a buscar, dado que el cartel con nuestro nombre, brillaba por su ausencia entre toda la multitud.
Iniciamos nuestro primer paseo hacía el hotel, situado en el centro de la Habana, en un coche, como se puede suponer, destartalado y viejo, como todos los de allí, cuyo aire acondicionado más bien parecía calefacción centralizada. Un trayecto largo pero apasionante, pues es cierto que cuando descubres por primera vez un país, dejas de imaginar cómo es para convertirlo en algo real y ese primer contacto siempre emociona.
Llegamos a nuestro destino situado en una plaza céntrica de la capital. Allí nos esperaba el hotel Plaza, un edificio antiguo y bello, pero destartalado y mal conservado. Debíamos alojamos en él la primera noche para emprender nuestra ruta por la isla al día siguiente , así que tras dar un paseo para cenar y tomar nuestro primer contacto por aquellas viejas calles, cuyos negocios nada tienen que ver con nuestra idea de modernismo, volvimos al hotel, para por fin descansar de aquel día interminable.
Al día siguiente, después de un buen desayuno en la terraza del hotel, cuyas vistas de la Habana eran realmente estupendas, a eso de las 8, nos dirigimos al renta-car ubicado en el vestíbulo para recoger nuestro coche de alquiler para así comenzar con el circuito que habíamos planeado y dirigirnos a Pinar del Río. Para nuestra primera sorpresa, la respuesta que obtuvimos del hombre que lo atendía fue la siguiente “Es demasiado temprano, vuelvan a las nueve”. En fin, paciencia, decidimos dar nuestro primer paseíto de día por el centro para hacer tiempo. Fue bastante agradable y siguiendo las indicaciones, volvimos a las 9. Nueva respuesta “Lo sentimos, pero el coche no está aquí en la capital, hay que ir a otra población cercana a recogerlo, pero pueden renunciar, si quieren eh..!!”. A lo que evidentemente respondimos que no, ya que nos fastidiaba todos nuestros planes y nuestro recorrido; pues bien “vuelvan dentro de dos o tres horas que ya estará aquí” fue la respuesta.
Anduvimos de nuevo por las calles de La Habana y volvimos al ataque a la hora acordada. Contestación, “Lo sentimos pero aún no está preparado porque lo están fregando”. No dábamos crédito a la tercera respuesta, pero en fin, hay que asumir que es tiempo caribeño, que ya se sabe lo que es cuando se ha viajado en alguna otra ocasión al Caribe, aunque todo esto acabaría realmente con la paciencia del Santo Job.
Por fin, tras una nueva espera, y con el coche por fin preparado, pasamos al inconveniente siguiente, ninguna de nuestras tarjetas de crédito funcionaban en el aparatito del dichoso renta-car, por lo cual tuvimos que desprendernos de todo el dinero metálico que habíamos conseguido cambiar en una Cadeca (casas de cambio de moneda) tras soportar una cola interminable de gente.
En fin, armados de paciencia, recogimos el coche y salimos de la capital para dirigirnos a Pinar del Río que era la primera ciudad que visitaríamos y en la que, nada más llegar, se nos pegó al coche la moto de uno de esos famosos jineteros, que se dedican a preguntarte, ¿Dónde vas? ¿Qué estás buscando? etc.. y que con la excusa de ayudarte, te piden dinero al final y te llevan a los sitios que ellos quieren y de dónde sacan también algún tajada y en este caso nos llevó a un restaurante, donde acabamos comiendo. Más tarde aprenderíamos a huir de este tipo de personas, pesadas e insistentes, como nadie, que te acaban agobiando en los recorridos.
Después de comer y visitar esta ciudad colonial, bella y agradable, nos dirigimos a Viñales, donde teníamos reservada nuestra primera casa particular.
Viñales se encuentra en un enclave privilegiado, en el parque natural del mismo nombre, patrimonio de la humanidad. En él se puede contemplar, entre otras muchas cosas, El Mural de la Prehistoria. Nuestra casa concretamente tenía una terraza privilegiada mirando hacia un paisaje único, donde el desayuno se convertía en un verdadero lujo, no solo por su contenido, que también, sino por las vistas impresionantes del valle.
Debo reconocer que los desayunos en las casas particulares eran extraordinarios, variados, abundantes y ricos, no tanto así la comida en los restaurantes de la isla.
Otro de los privilegios de hospedarse en casas particulares, es el contacto con la gente, que te cuenta sus historias y sus verdaderas opiniones del régimen, a pesar del miedo que se sigue detectando a hablar en público de ciertas cosas. Es toda una experiencia poder comunicarse con ellos y así conocer la verdadera vida de esta isla, más allá de las rutas turísticas.
Nuestro segundo día teníamos contratado un paseo por la cueva de Santo Tomás, así que temprano nos dirigimos al lugar en cuestión. Allí, nos metieron un casco de minero en la cabeza con una luz en el centro y nos hicieron subir por un despeñadero hasta la entrada, que era aún más despeñadero. No era la típica cueva convencional con paseíto por senderos, estalactitas y estalagmitas que contemplar, sino más bien un camino peligroso y tortuoso nada preparado y donde agarrándonos como podíamos con las manos, conseguimos hacer nuestro recorrido. Entre el sudor por el calor que empañaba las gafas y no dejaba ver por donde pisabas y el miedo por el peligroso recorrido, yo pasé más bien un mal rato. Todo lo que nos acompañaba en nuestra visita era un guía jovencísimo con su perro. ¡Verdaderamente una odisea!.
Más tarde, después de haber comido en una espléndida terraza con música en directo, ¡comno no!, en pleno valle, visitamos otras dos cuevas, la primera la típica preparada con barquita de paseo y la segunda, a la que ni siquiera se le podía llamar cueva y a la salida de la cual, Antonio desafortunadamente y por culpa del suelo mojado, cayo y se rompió un hombro; todo esto siendo nuestro segundo día de vacaciones.
Con hombro roto incluido y tras varios días recorriendo esta zona bellísima, nos dirigimos a Santa Clara, Trinidad y Cienfuegos, ciudades acogedoras y en las que la música, como en toda la isla, nunca faltaba donde quiera que entrases, tiendas restaurantes, aeropuertos, calles, etc.., ahí siempre encontrabas gente cantando y bailando.
Debo decir que Santa Clara no es de las ciudades más bonitas de Cuba. Visitamos el centro y el Monumento al Che y poco más. En cambio Trinidad era otra cosa. Una bella ciudad colonial con un ambiente irresistible. Una de las noches, tras una cenita con más música, por supuesto, fuimos a "la casa de La Trova", típica, con su aire antiguo y canciones inolvidable. Como si el tiempo no pasara por ahí. Música actual, boleros antiguos y un ambiente contagioso que nos hizo pasar un buen rato.
Igualmente encontrabas bandas tocando cada noche en sus calles empedradas y pintorescas, donde la gente se impregnaba fácilmente de todo el ambiente que le rodeaba.
Posteriormente tocaba Cienfuegos, una ciudad igualmente bella y animada y que al ser fin de semana tenía a la mayoría de su población fuera de casa paseando arriba y abajo.
También hubo, como no, baños en alguna que otra playita paradisiaca, donde hay que reconocer que es todo un placer meterse en ese agua turquesa, transparente y templada que te invita a entrar y relajarte con solo mirarla.
Seguimos recorriendo la isla y parece ser que este viaje estaba destinado a ser un viaje lleno de percances fortuitos, ya que al parar a echar gasolina, dañamos el coche de alquiler con unos ganchos colocados estratégicamente y de una manera bastante poco común, rodeando los surtidores y cuya existencia no se podía apreciar desde el interior del vehículo. En fin, que al situarnos junto al surtidor, se produjo un arañazo bastante profundo en las puertas derechas del. ¡Lo que nos faltaba!. En fin como estaba a todo riesgo, pensamos que esto no sería un gran problema. Nada más lejos de la realidad.!
La posterior metedura de pata, por nuestra parte claro, ir a algo más de velocidad en la autopista, por llamarlo de alguna manera, y no percatarnos de la torre de policía que se encontraba semioculta por los árboles con la consiguiente llamada de atención por parte del poli, multa con la amenaza de que quedaba reflejado para posteriores intentos de entrada a la isla. Total, siguientes palabras del poli a Antonio “su esposa que se meta en el coche que yo hablo con ud.” Y así fue, oferta de soborno al canto, que no podían escuchar mis castos oídos y todo resuelto.
Seguimos hacía la capital ya que desde allí, de madrugada, volaríamos a Cayo Largo, para pasar unos días en aquellas maravillosas playas. Allí debíamos alojarnos por una noche en un hotel diferente al anterior, donde nos vendrían a recoger y según las indicaciones, debíamos devolver el coche de alquiler. Pero una nueva sorpresa de la organización cubana nos esperaba. En este hotel no existía tal servicio de renta-car, con lo cual no podíamos dejar allí el coche y tuvimos que indagar donde narices podíamos devolverlo. Nos indicaron un lugar a unas pocas manzanas, donde supuestamente lo podíamos entregar. Una vez allí vimos un cartel que ponía “abierto de 8 de la mañana a 8 de la noche” pero, para variar, no había nadie. En consecuencia nueva espera hasta que el señor tuvo a bien volver al chiringuito.
Le explicamos lo del roce de la puerta para que no hubiera dudas y nos soltó el rollo de que allí no lo podían recibir mientras no fuéramos a la poli a poner denuncia, etc. Y que donde lo debíamos entregar era en el primer hotel donde lo habíamos alquilado.
Vuelta a recorrer la ciudad y a dirigirnos a nuestro primer hotel Plaza que fue allí donde lo recibimos.
Respuesta de la chica del mostrador, "no podemos recibirlo si no hay previo parte de la policía para que el seguro se haga cargo". No podíamos creer tanta complicación. Nueva carrerilla por La Habana a la comisaría más cercana.
Espera de turno para entrar, poli cabreado que nos dice que las agencias no hacen bien su trabajo y que allí no hay que dar parte de ningún tipo, ya que no es un accidente con daños a personas o a terceros. Con lo cual, hartos de dar vueltas y cabreados, le dijimos al poli que todo eso que nos estaba contando, nos lo pusiera por escrito y sellado para poder defendernos y no dar más paseos inútiles.
Volvimos al mostrador del hotel y la chica, toda sorprendida por la respuesta del poli; al fin, accedió a recibir el coche así que, finalmente pudimos volver a nuestro nuevo hotel para pasar aquella noche, habiendo perdido ese día en carreras absurdas.
A eso de las cinco de la madrugada estaba previsto que nos recogieran, pero dado que no venían y en nuestra documentación ponía que se salíamos hacía Cayo Largo desde el aeropuerto internacional, decidimos que nos iríamos por nuestra cuenta si tardaban un poco más. Craso error hubiera sido éste, ya que al fin se presentaron y nos llevaron al aeropuerto militar de Baracoa, bastante lejano, donde cogimos un avión militar, con las ruedas tan desgastadas que no hubiera pasado la i.t.v en nuestro país, por no hablar de los baches de la pista. En fin llegamos a Cayo Largo y allí por fin pudimos disfrutar, entre comillas, de unos días de relax en el Meliá Cayo Largo. Este hotel realmente tenía unos exteriores increíblemente bellos y una habitación estupenda pero, como todo en Cuba, deficiente en cuidado, ya que una noche de tormenta, las gotas de agua nos caían encima de la cabeza en el cuarto de baño, por no mencionar que la cortina de la habitación se empapo durante la noche, aun estando cerrada la ventana.
También recorrimos esta pequeña isla y visitamos su centro de conservación de tortugas, algo parecido a nuestro viaje a Turtle Island en Malasia, a pequeña escala claro.
Otro hecho sorprendente era que nos fumigaban cada atardecer, aunque supuestamente era para machacar a los mosquitos, tengo que decir que la avioneta nos sobrevolaba a eso de la siete de la tarde, como si fuéramos nosotros los mosquitos. No se quien se envenenaría más si ellos o nosotros.
En este hotel, a pesar de todo, se estaba bastante bien, sus exteriores y las playas eran estupendas y el grupo de animación de cada noche, era bastante bueno. En fin pasamos unos días bastante agradables, bañándonos en aquellas maravillosas playas, claro está, los días que no llovió.
Llego el día de volver a La Habana para, por fin, quedarnos varios días en la capital y poder disfrutar de sus calles y su ambiente. Hay que tener en cuenta que nuestros dos paseos anteriores no habían sido más que una pesadilla de carreras de lado a lado resolviendo problemas.
Llegamos de noche al hotel elegido, justo frente al malecón, con unas vistas espectaculares de éste, pero nueva sorpresa..!! . En recepción nos recibieron con todo el agrado del mundo, diciéndonos que nos darían una suit en el décimo piso, con las mejores vistas.
¡Sorpresa!. Una vez hecho el chck-in nos comentan que en todo el día no hubo electricidad y que estaban sin ascensor, lo cual era un verdadero problema porque debíamos subir las maletas a cuestas diez plantas.
Preguntamos por el conserje y nos respondieron que por falta de presupuesto habían sido despedidos, con lo cual, no había quien cargase las maletas hasta nuestra habitación y ¡Antonio con el hombro hecho polvo!. Al final dos personajes de seguridad aparecieron ofreciéndose a subirlas y al fin agotados, conseguimos resolver el problema.
Habíamos escogido este hotel porque supuestamente había sido reformado recientemente, pero para sorpresa nuestra al abrir la puerta, nuestra habitación se reducía a una entrada pequeña y oscura con dos butacas superviejas y una tele del año catapún, que más bien parecía el pequeño recibidor de una casa antigua a oscuras y una habitación cutre con dos camas y un cuarto de baño, eso si, con un balcón desde donde si se podía divisar el malecón de la Habana en todo su esplendor, y digo su esplendor porque cuando paseamos por allí, nos pudimos dar cuenta del grado de deterioro tan impresionante de unas mansiones, que en su tiempo debieron ser auténticos y bellísimos palacetes.
Desde la terraza también podías mirar a la izquierda y contemplar otro espectáculo bien distinto de algunas avenidas interiores, donde parecía que se había producido un reciente bombardeo, por el estado en que se veían tanto las aceras, como las calzadas, por no contar las trazas de los edificios.
En fin, nos armamos de buen humor y pasamos unos días recorriendo La Habana, que verdaderamente tiene lugares muy bellos.
La parte central de La Habana vieja que es Patrimonio de la Humanidad, al haber recibido fondos para su conservación, tiene unas plazas y unas casas restauradas que la hacen verdaderamente linda y pintoresca, por no mencionar su ya conocida “Bodeguita de En Medio” para degustar mojitos o su “Floridita” para los daikiris.
Vale la pena verlo todo, tanto lo viejo y destruido como las mansiones restauradas, así como la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, donde cada día suena el cañonazo puntual de las 9 de la noche desde hace muchísimos años y desde donde se puede vislumbrar otra panorámica de la ciudad y que se ha convertido en un atractivo turístico, donde a los turistas nos toman bastante el pelo por presenciar semejante chorrada, pero bueno, ya sabe cuando uno quiere algo, algo le cuesta.
Nuestras desventuras en el hotel no terminaban y alguna tarde en la que nos habíamos tomado un descansito para una siestecita, nos encontramos nuevamente sin luz, sin ascensor, ni agua, con lo cual tuvimos que bajar con la linterna del móvil y sin duchar, si pretendíamos ir a cenar y a dar nuestro paseo nocturno.
De noche la ciudad cobraba una nueva vida, ya que por el día el calor húmedo es bastante sofocante como ya se sabe en el Caribe. El malecón se encontraba abarrotado de juventud, tratando de pasar un rato agradable, dentro de sus posibilidades, así como alrededor de los hoteles para intentar capturar algo de señal de la wifi, que les pudiera ayudar a contactar con las redes sociales y el mundo exterior, tan desconocido para la mayoría de ellos. Estos eran los principales entretenimientos de la juventud.
La penúltima noche decidimos no perdernos el espectáculo del famoso cabaret “Tropicana”, ya que estar en La Habana y no acudir a él era perder una buena oportunidad. La verdad un poco caro si que fue, pero como uno suele pensar “Una vez en la vida”, pues allá fuimos. Contratamos un taxi con el que ya habíamos ido el día anterior. Un taxista que apareció para llevarnos acompañado de su pareja y que nos fue contando su malas experiencias de vida los últimos años.
Nos decía que tuvo la mala fortuna de que un turista le regalo 50 euros de propina, y cuando fue a cambiarlos al banco resulto que eran fasos y esto hizo que le metieran en la cárcel durante 6 años, tiempo en el que su mujer le dejo y no volvió a ver a sus hijos. Menos mal que había encontrado a su pareja actual con la que después de salir de prisión compartía sus días, aunque pasaba el tiempo soñando con volver a ver a sus hijos y a sus nietos cuando se jubilara ya que vivían al otro lado de la isla y era muy difícil para el buscar el tiempo para hacerlo mientras tuviese que trabajar.
Nosotros escuchábamos todas las historias que nos contaban los isleños con bastante perplejidad. Como aquel otro de Santa Clara que convivía con sus dos esposas, la primera de la que se había divorciado porque no conseguía el pasaporte español sin encontrar a sus antepasados gallegos y la segunda con la que se había casado porque si tenía pasaporte español y con la que pensaba poder salir de la isla en un plazo corto de tiempo para poder vivir en España. El decía que no se podía hacer a la idea de no poder salir de allí en toda su vida, que lo necesitaba. En fin una convivencia extraña y particular.
El espectáculo del Tropicana fue vistoso como se puede suponer. La única cosa que me defraudo un poco, fue la instalación y vulgaridad de sus mesas en proporción al precio pagado, pero en fin, pasamos un rato bastante agradable y nos llevamos una idea de lo que es este famoso Cabaret.
Llego el último día y como nuestro vuelo era por la noche, aprovechamos la mañana para dar nuestro último paseo por el centro, volver a recorrer sus calles y su ambiente, hasta que después de comer nos dirigimos al hotel y tras hacer el check-out y sentarnos en recepción a esperar el taxi que nos llevaría al aeropuerto, nos entretuvimos comprobando la cara de póker que se les quedaba a los que entraban aquel día y que tenían el mismo problema que tuvimos nosotros, “el ascensor no funcionaba” para no variar.
Llegamos al aeropuerto y tras un retraso, como ya era habitual, ya que no funcionaban las cintas transportadoras de equipaje y lo tenían que solucionar a mano, emprendimos el regreso a casa después de un viaje lleno de pequeños infortunios, que hicieron de él, una experiencia un poco desastre, en una isla increíblemente bella y con una gente especialmente amable y cariñosa.