Y digo un día especial porque no todos los días un hijo te invita a comer y a pasar un buen rato como hoy.
Estábamos los cuatro, la abuela María, papa, Isaac y yo. Tan sólo nos faltaba nuestra ovejita pequeña, que se empeña en estar lejos, en busca de la felicidad, cosa, que por otro lado, me parece justa y perfecta, pues cada uno hacemos lo que podemos por encontrar esa parcelita feliz que ocupe nuestras vidas y que, a veces es tan difícil de conseguir. Pero lo cierto es que ahí estábamos echándola de menos, pero bueno felices al fin y al cabo por ese acontecimiento aparentemente insignificante que compartíamos a unos pocos kilómetros de A Coruña; los suficientes como para abandonar la oscuridad que reside en esta ciudad durante todo este verano. Pues si, a unos pocos kilómetros nos saludaba un sol radiante que anunciaba ese momento que íbamos a acompañar de arroz con bogavante entre otras cosas ricas.
Aunque hubiese sido igual de especial si nos hubiese invitado a sopas de ajo, aunque parezca mentira.
Bueno, pues ya pondré otro día alguna foto.