Se marcho tal y como vivió, sin querer dar molestias a los demás, que era su gran preocupación.
Su buen humor fue, hasta casi el final, su seña de identidad. Fueron sus refranes, sus canciones y sus bromas las que ocuparon sus penúltimos días e incluso el último, en su creciente desvarío por culpa de la medicación, nos lanzó entre sus palabras ininteligibles un simpático "Nijao" (en chino "hola) que había aprendido unos años atrás cuando se lo enseñamos recién de vuelta de aquel país, cosa que nos resultó graciosa, sin darnos cuenta de que iba a ser una de sus últimas palabras. Parecía que supiera que en pocos días volveríamos allí los cuatro juntos. Daba la sensación de que quiso irse antes, para que así pudiera acompañar a mi familia en su viaje de nuevo a China sin quedarme a cuidar de ella.
Igualmente nos sorprendió lo que realmente fue su última frase comprensible y clara. Mientras le daba la que fue su última cena, subió la cabeza, me miró con expresivos ojos y dijo "La María se va con las botas puestas". Se estaba despidiendo, aunque nosotros, en ese momento, no lo supiéramos.
Todo en ella fue poco corriente, hasta la manera de despedirse; todo en ella fue especial, fue tan especial, que ahora no consigo acostumbrarme a mi nueva realidad, a la plenitud que invadía mi casa con su sola presencia.
Ahora cada rincón tiene un recuerdo, pero existe un vacío imposible de llenar en este momento, una sensación de irrealidad que me invade y me congela el alma, un no saber que está pasando dentro de mi apenado corazón que se ha quedado sin poder expresar nada de lo que ahora siente.
María, mi María, esa que me daba las gracias y un beso cada vez que le ayudaba a ducharse o a hacer cualquier cosa cotidiana, esa que me decía "Gracias mi niña por ayudarme", esa que tantas veces dijo "que sería de mi vida sin ti", me ha dejado sola y ahora, a pesar de tener por suerte a todos los que quiero a mi lado, me ha dejado huérfana y soy yo quien piensa en el silencio más profundo "que será de mi vida sin ella".