Hablar de La India es, sin duda, algo complicado, teniendo en cuenta que las opiniones pueden ser tan contradictorias que, a veces los sentimientos que te produce este increíble país, son de lo más controvertido.
Tenía muchas ganas de conocerla y por fin llegó el día.
Aterrizamos en el aeropuerto de Delhi y como en cualquier otro aeropuerto del mundo, la primera sensación que experimentas es la de sentirte rodeado de ese montón de gente desconocida en una tierra extraña, y que hasta ahora formaba parte del mundo imaginario, y digo esto, porque las cosas, las gentes, los lugares, cuando solamente los imaginas, pertenecen al mundo de la fantasía; después, cuando los ubicas en tu realidad, se perciben de forma diferente.
Salimos del aeropuerto con los ojos bien abiertos, queriendo absorber en el corto trayecto hacia el hotel, el máximo de cuanto nos rodeaba.
Al poco rato de dejar nuestros equipajes en el hotel, nos vinieron a buscar para recorrer lo que denominaban la vieja Delhi. Nos dirigimos en coche hasta un lugar donde cogimos un riksow conducido por un jovencísimo chaval, superdelgado, al que cada pedalada de la bici que tiraba del riksow, parecía costarle un enorme esfuerzo.
Comenzamos a deambular por las callejuelas de Old Delhi, entre tumultos de gente que se mezclaba con los coches, sin orden ni concierto y, según íbamos avanzando, no eran solo los coches, las motos, los puestos colocados en el suelo o la gente sentada en la calzada, eran también los perros, vacas, monos y otros pobladores extraños para nosotros en semejante situación.
A pesar de que íbamos mentalizados para todo lo que pretendíamos ver, aquello lo superaba, era el caos más increíble que podamos imaginar, por no mencionar los continuos sobresaltos que nos producía todo cuanto se atravesaba en nuestro camino. Todo es realmente indescriptible, hay que vivirlo para comprender estas sensaciones.
Delhi es una de las ciudades más grandes del mundo y como se puede suponer es variopinta y contradictoria, por un lado la vieja Delhi, proyectando un pasado de tradiciones, por otro, la nueva Delhi, moderna como muchas otras megápolis, en convivencia con esa otra cara de una extrema pobreza.
En nuestro viaje a La India, tuvimos la oportunidad de alojarnos en antiguos palacios, reconvertidos en hoteles, en los que aún se podía respirar un halo de su pasado, aunque de vez en cuando te despertase un estruendo producido por algún que otro mono saltando sobre los tanques del agua caliente en la azotea.
Algunas de las ciudades parecían sacadas de la fantasía de nuestros antiguos cuentos infantiles; príncipes, princesas, maharajás, magia y embrujo por doquier, pero tengo que decir que existe la otra cara de La India, la de miseria y suciedad en cada esquina.
Es muy controvertido hablar de este país, ya que despierta en las personas que la visitamos sentimientos positivos y negativos. Existen quienes al día siguiente de su llegada querrían salir corriendo, pero también existe el que repite y repite viaje ante la fascinación que le produce su primera vez. Todas sus ciudades, por lo menos las que yo visité, Mandawa, Bikaner, Jaisalmer, Johdpur, Udaipur, Puskar, Jaipur, Agra o Varanasi tienen espectaculares cosas que ofrecer al viajero.
Los Havelis, antiguas mansiones, mejor o peor cuidados; los fuertes, los cascos viejos, los palacios convertidos en hoteles, los baths, los desiertos, la forma de entender la vida, la religión y su peculiar existencia. Todo es especial y llamativo. Las creencias religiosas que están presentes en cada uno de los instantes de la vida de los Indus, con sus trescientos treinta y tres millones de dioses. Todo ello forma su cultura, que sumado a una amalgama de vivencias, no te dejan indiferente e impacta de una forma profunda en cualquiera que visite este país
Tras una noche de tren inacabable, toda una experiencia para la que no hay palabras; no podré olvidar jamás la imagen del amanecer en Varanasi, o como se llamaba antiguamente, Benarés. Allí se produce una conexión entre la vida y la muerte, profunda para ellos e incomprensible para nosotros.
En este lugar confluye la gente trayendo de otros lugares del país las cenizas de sus muertos para lanzarlas a las aguas del Ganges con la esperanza de que puedan obtener, en su otra vida, una buena reencarnación, también se bañan las personas para purificarse e incluso alguno se lleva consigo una botella llena de esta agua sucia y contaminada para su casa.
Se pueden contemplar igualmente las cremaciones de los muertos en directo, de aquellos más afortunados y que pueden comprar la leña allí mismo. Es realmente un espectáculo impactante que no creo que se repita en ningún otro lugar del mundo.
Es también digno de mención el desierto de Thar junto a Jailsalmer, frontera con Pakistán, con increíbles y mágicos atardeceres a lomos de los simpáticos dromedarios, animal que se usa incluso para tirar de los carros.
Tuvimos la oportunidad de ver la feria de venta de dromedarios más grande del mundo en Puskar. Eran kilómetros y kilómetros ocupados por mercaderes con pretensiones de hacer negocio con la venta de camellos y caballos. Venían de todas partes del país e incluso nos comentaron que a parte de comprar y vender estos animalitos, las familias pactaban matrimonios, en fin adjudicación de hijas, dicho de otra manera.
La convivencia callejera con vacas, perros, monos y otros animales es tan frecuente en carreteras, ciudades y monumentos que la vida de las personas se entremezcla de forma natural con todos ellos sin ningún tipo de reparo.
En resumen, visitar La India vale la pena solo por la multitud de sentimientos que puede llegar a inspirar, positivos y negativos, pero nunca indiferentes.