Hasan se asoma al oírnos bajar por aquellas viejas escaleras a las que daba acceso una calle suburbial de la desconocida Qazvin. Su cara lo dice todo, mezcla de sorpresa y extrañeza. En ese momento no lo sabíamos, pero estábamos entrando en uno de los últimos hammam en activo de Irán que permanece inalterado, sobreviviendo a una Revolución Islámica y al paso de los tiempos, y en el que se respira verdadera vida de los orígenes de este tipo de baños.
Qazvin es un pueblo invisible, que pasa desapercibido para las pocas guías turísticas de un país maltratado por las noticias. Sin embargo, nuestra frustrada aventura hacia el norte nos ha llevado hasta aquí para acabar una aventura que hoy cumple su vigésimo día. Será por azar. Será por destino.
Y sin embargo, esta gran problación de Qazvin guarda mucha historia en sus lindes, pues fue la antigua capital del Imperio Persa bajo Safavids y aún hoy se la conoce como capital de la caligrafía de Irán, dejando verdaderas maravillas arquitectónicas como el Palacio Chehel Sotun, imponentes grandes cisternas, la maravillosa puerta del S.XVI de Ali Qapu o la veneración y el orgullo de un pueblo, la tumba de uno de los hijos del Octavo Imán, Imamzadeh-ye Hossein
Azadi, corazón del Qazvin persa
La vida de Qazvin se desarrolló en torno al centro histórico, Azadi Square. Su bazar genera esa atmósfera particular e inconfundible que no nos ha abandonado en ninguna población de una ruta ya irrepetible y donde el persa se siente cómodo entre alimentos y cachibaches, cuyo uso a veces tendría dificultades para explicar.
Aquí las mujeres han abandonado el oscuro chador por velos de vivos colores, quizás por su cercanía con la capital, y se muestran más cercanas que nunca en ese Irán tras los velos negros del que volvemos enamorados, dejando atrás el cúmulo de prejuicios que fueron desapareciendo desde las primeras experiencias en Teherán.
La cercanía del Caspio hace que los aromas de las especias que en todo bazar no escasean, de olores tan intensos que todavía podría describir, se entremezclen con el pescado fresco recién llegado que muestran orgullosos ante la mirada de algún foráneo.
Son las horas en las que empieza a caer el sol cuando el persa inunda las calles de vida cotidiana, cuando el mercadeo de jabones en forma de piezas rectangulares, trabajadas prendas de todo tipo de tela o ornamentados pasteles de flores, se convierten en el foco de atención.
Otros, los más devotos, buscan su tranquilidad en alguna de las numerosas mezquitas que, estratégicamente situadas, me ha servido para aprender que el fervor en estos lugares proviene más del corazón de la gente que de la imposición de un clérigo, y que con sus familias y niños más pequeños, se sientan en sus alfombras y buscan su propia paz, susurrando respetuosamente en farsi esa fe por sus seres queridos.
El hamman iraní que sobrevivió una Revolución Islámica
Posiblemente fue esa mezcla de curiosidad y propia búsqueda de paz, la que nos llevó a bajar aquellas viejas escaleras, y encontrar la sonrisa de Hasan y una sala de viejas taquillas, deteriorados espejos y cables y tuberías sobre cada azulejo.
No fue hasta la invitación a dejar nuestro calzado, ante la imposibilidad de comunicación verbal, y recibir una pieza de jabón y una toalla, cuando descubrimos por fin el uso de aquel lugar. !!Estábamos en uno de los últimos hamman activos del actual Irán!! Un hamman que había permanecido oculto a la mirada de los más influyentes, y que había sobrevivido a una Revolución Islámica que, no sólo había acabado con las modernas reformas emprendidas por el Sha Pahlevi, sino que había establecido fuertes represiones que incluían el uso de los mismos.
Hasan, y su cuñado Ali, y seguramente anteriormente sus antepasados, dotan de sentido a aquel anticuado sótano cuyo intenso olor a humedad está presente en todos los rincones, vapores que seguramente no han tenido parón en el tiempo, y que no han sufrido esa transformación en teterías, restaurantes o museos que hemos visto estos días en Isfahan, Shiraz, Kerman o Yazd.
También es posible que nuestra exaltación por la simbología del emplazamiento, nublara en ese momento el uso de nuestra razón. Y es que semejante antesala no iba a traeros detrás unos modernos baños turcos al más puro estilo Suleymaniye Hamani en Estambul. Ni siquiera el Hammah Al Malik Al Asir del malogrado Damasco. Lo que detrás de aquellas puertas, cuyo costo apenas supera los 80 céntimos de euro, dista mucho de ello.
El Hajmola Tachi Hammam de Qazvin City, Islamic Republic of Iran que más tarde Hasan intentaría escribir en nuestra libreta, es un lugar que jamás ha pisado ni pisará un turista, y que nos traslada a los orígenes de los prohibitivos spa tan conocidos en nuestros tiempos
Las bóvedas de su parte superior siguen consiguiendo mantener la alta temperatura y vapor en la sala, pero presentan un aspecto mohoso decadente. Sus plaquetas y azulejos, a pesar del insistente frotar de Ali, ya no lucirán nunca más el aspecto de sus años más gloriosos. Sobre las duchas, conducciones de acero oxidado y piletas mejor no profundizar. Hasta la cubileta que permitía rociarnos de agua mientras frotábamos y "expoliábamos" nuestra piel tenía un agujero en su fondo impidiendo un uso eficiente del mismo.
Pero la magia de este lugar, de este hammam iraní todavía en uso, no está en sus masajes reconfortantes, ni tampoco en sus baños de agua preparados para el visitante. El verdadero encanto de este lugar se encuentra en el momento de salir de nuevo por esas puertas. Es en ese instante, y sólo precisamente en ese instante, cuando entendemos el significado de este lugar, junto al calor de un pequeño hornillo casero de gas protegido por un bidón recortado y apoyados sobre unos sofás de terciopelo con más años que el propio local y alrededor de las telas y toallas que se secan para futuros clientes.
El verdadero valor de este lugar no es material, no tiene precio. Es en este viejo recinto y tras una veintena de días de viajes cuando entendemos que la historia pasará, y se escribirá para ser recordada, pero es la gente la que hace de estos lugares su hogar y hoy vemos como este improvisado sótano de un lugar cualquiera del extenso país de Irán es lugar de reunión para decenas de personas que simplemente vienen a disfrutar de un té, pegarse un baño, y mantener una agradable charla en una buena compañía
El inglés del "Professor Reza" y un par de tazas de té nos acompañan. Nos habla del paso del tiempo y de la vida de aquella gente, con cierto tono de reflexión. Nos habla de la Revolución Islámica, y de la transformación que supuso en ellos. Se interesa por lo que hay ahí fuera, por nuestra vida, por nuestros pensamientos sobre su país. Nos hace entender que la vida de aquella gente no sólo no va a cambiar, sino que no tiene que cambiar. La sonrisa de Hasan seguirá recibiendo cada día a cada lugareño, y quién sabe, si de algún extraño visitante como hoy hemos sido nosotros para ellos.
Desconozco cual será el futuro y evolución de un Irán cuya maravillosa gente ha calado fuerte en nosotros. Lo que si sé es que encontramos un colofón a nuestras aventuras en un escondido sótano de las calles menos conocidas de la ciudad de Qazvin, a 150 km de Teherán, donde sobrevive un centenario baño público, de aspecto cerrado, sombrío y húmedo, cuya función social y de reunión se mantiene viva.
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Isaac, desde Qazvin