Cuando se trata de regalos, los Chavetas dejamos volar tanto nuestra imaginación que casi sin darnos cuenta nos encontramos otra vez por el aire. Más bien vivimos en una nube esponjosa que nos espera para llevarnos a descubrir nuevos horizontes cargados de curiosidades, de misterios… En esta ocasión el motivo, o más bien la excusa para la escapada, fue el cumpleaños de Giuseppe, ¡cuarenta añazos! ¡No se cumplen todos los días! Una vez más me dediqué en cuerpo y alma a buscar su regalo. Me llevó algún tiempo determinar cuál sería el destino ideal para celebrarlo pero poco a poco fui sacando conclusiones que nos condujeron a una “magnífica” ciudad. Os cuento nuestro fin de semana auténtico con lo que ver en Atenas en 2 días
Atenas es una de esas ciudades en las que no existe el gris. Es decir, los turistas que pasan por allí experimentan sentimientos tan intensos como contradictorios y acaban ofreciendo un veredicto bastante drástico sobre su experiencia. En otras palabras, Atenas, o la amas o la odias.
Alojados a los pies de la Acrópolis de Atenas
Nosotros partíamos con ventaja. Durante nuestra vida hemos conocido a algunos griegos que han dejado huella. Giuseppe con sus estudiantes de italiano, yo con mis amigos Erasmus hace ya… ¡quince años! ¡Cómo pasa el tiempo!
Los griegos son personas apasionadas y genuinas. ¿Cómo no enamorarse de su tierra? ¿Cómo no admirar una nación cuna de la civilización? Un país de filósofos y pensadores, de guerreros e inventores. Atenas y sus nubes... Algo que te sorprende nada más llegar a esta urbe es su cielo. La velocidad con la que se diluyen las tonalidades azules, las sombras, las luces, los efectos. Un primer impacto que te deja estupefacto cuando llegas a un pequeño hotelito de Plaka, abres la cortina y descubres ante tus ojos, iluminada a la perfección en una noche serena de otoño, la Acrópolis de Atenas
El Phaedra es una elección modesta pero perfecta como localización para disfrutar de los paseos bajo este monumento de los que se deleitaba hasta el mismo Sócrates. Los atenienses siempre han sido amantes de largas caminatas y del diálogo, por lo que no hay mejor sitio en el mundo para esta práctica que las faldas del Partenón de Atenas. No pude contener las lágrimas al descubrir esa colina milenaria en compañía, un año más, de Giuseppe.
Un momento emotivo, emocionante, que recuerdas los viernes cuando vuelves a casa en coche después de una larga semana de trabajo, que te hace sonreír mientras cantas bajo la lluvia invernal y te sumerges en el paraíso de tus pensamientos.
Descubriendo lo que ver en Atenas en 2 días, DÍA 1
El despertar, si aterrizas de noche muy tarde como nosotros, es muy sereno. Desayuno en un pequeño bar y mañana merodeando entre las ruinas. Tened en cuenta que nuestro viaje fue en octubre y por eso el flujo de turistas es muy moderado e incluso agradable. Imposible visitar la zona arqueológica en modalidad “corre-corre”. Aviso a los cruceristas: no te puedes formar una opinión fiable con una mañana en Atenas. Si pasas seis horas a 40° subiendo y bajando, solo te llevarás el recuerdo de una cansada visita multitudinaria sin ton ni son.
La vista desde lo alto es indescriptible. La bandera de Grecia ondea en el lugar más impresionante de lo que fue un día un gran imperio de genios y que la “austeridad” merkeliana intenta reducir a cenizas. Los propios griegos reconocen que Tsipras, a pesar de traicionar sus promesas, ha tenido un papel fundamental en la consecución de sus libertades. Los habitantes, con sus más y sus menos, intentan sobrevivir en un territorio colonizado por las multinacionales y los caciques del comercio. Los jóvenes no se rinden, continúan luchando en una batalla con pocas posibilidades de victoria. Una batalla que esperemos que no se pierda como su referéndum. La Unión Europea… mejor no pensar en los planes maquiavélicos de unos pocos oligárquicos para la fuente de la tanta veces nombrada y poco abrazada democracia. Y desde allí, desde lo alto, mi corazón da un salto de nuevo, de pena y alegría. Siento el sonido de las piedras que me hablan. Me dan las gracias por estar allí con Giuseppe admirando la belleza de esta ciudad desde arriba, desde donde parece inmensa, implacable, infinita…
Con un mapa que cogimos en recepción la noche anterior, localizamos algunos puntos de interés que ver en Atenas para nuestra ruta de este primer día. A 500 metros de la Acrópolis encontramos el Templo de Zeus Olímpico, en la época helenística y romana, el más grande de Grecia. Aunque la entrada no es especialmente barata, merece la pena visitarlo para hacerse una idea de las habilidades estéticas y de cálculo de los helénicos. Una vez fuera, observamos el tráfico a nuestro alrededor y nos damos cuenta de cuál va ser la mejor opción de transporte para nuestros dos días: el bus hop off.
Tengo que reconocer que no soy una gran admiradora de este medio de transporte pero en este caso no dudo ni un momento y en un santiamén ya estamos arriba con nuestros billetes y cascos en la mano. Hemos elegido una opción de 24 horas que incluye otras 24 gratis en las que puedes utilizar la línea central y otra línea que discurre por la costa del Pireo. El precio nos parece razonable (unos 20 euros por persona), el clima acompaña y no hay muchos coches ya que es el puente de Todos los Santos.
Vamos parando en los lugares más atractivos: vemos de pasada los jardines nacionales donde volveremos más tarde, pasamos por la Plaza de Syntagma donde se encuentra el Parlamento y la guardia nacional caracterizada por su traje típico y zuecos. Bajamos en el Estadio Panathinaikó, que acogió los primeros juegos olímpicos modernos en 1896. Es el único estadio del mundo enteramente reconstruido con mármol blanco. Tiene capacidad para 45.000 espectadores. No somos grandes deportistas aunque reconocemos la importancia que en su época tendría esta obra en honor a la Diosa Atenea.
Un saltito y seguimos adelante. Pasamos por la caótica Plaza Omonia, barrio comercial por excelencia. Nuestros estómagos comienzan a quejarse y proseguimos para buscar un local tranquilo y probar un almuerzo típico cerca de Monastiraki. El Savvas Caffé and Restaurant es un restaurante moderno donde elegir platos no muy sofisticados con una buena relación calidad precio. Los griegos reservan sus mesas para comer en familia el fin de semana, por lo que el ambiente del sábado es acogedor. Nos comemos un aperitivo de pastel con queso y dos platos de kebab de la casa con pan por debajo y guarnición típica de tomate y cebolla. Lo mejor, las vistas a la Acrópolis desde el piso superior. En verano incluso puedes sentarte en la terraza de la azotea. Un panorama de lujo a un precio la mar de asequible (unos 10/ 11 euros por cabeza). Es probable que en temporada alta sea un lugar bastante concurrido pero siempre tienes la oportunidad de hacer tu reserva por email. Nos dejamos el cafecito para luego, en el barrio de Monastiraki.
Este barrio creo que es uno de los más pintorescos que ver en Atenas. Se llama así por el pequeño monasterio que se encuentra en la plaza principal. Podemos encontrar una fusión de edificios de épocas muy diversas: algunas mezquitas, el Ágora Romana y la Torre de los Vientos que funcionaba como reloj de agua y veleta. La plaza es el punto de partida de los jóvenes atenienses para dar una vuelta por los numerosos mercadillos, tiendecitas o bazares o picar algo en pequeñas tascas de colores.
Nos sentamos en una terracita a tomar el café pospuesto y nos entretenemos un rato observando a la gente que pasa. Observamos la cotidianidad de los habitantes de la ciudad, no tan lejana a la nuestra. No divertimos oyéndolos reír a grito pelado. Podría vivir una temporada aquí – pienso por un momento.
Vuelta al camino… ¡hop! Decidimos dirigirnos hacia la parada de la biblioteca que nos dejamos por la mañana. Cuando llegamos y nos acercamos vemos que no es posible visitarla en sábado o domingo. Tampoco la milenaria academia ateniense. Si vais por la semana y os interesan, os aconsejaría verlas. Nosotros solo vimos los edificios desde fuera entre los tenues rayos de sol de un atardecer inminente ¡Otra vez esas luces y esas sombras misteriosas! Una bandada de pájaros echa a volar de repente y me deja hipnotizada con la perfección simétrica de su vuelo. Normal que los griegos fueran expertos adivinos de los movimientos de las aves.
Última parada, antes de un descanso bien merecido, los jardines nacionales. Un precioso recinto y un pulmón de la ciudad. Más de 500 tipos de plantas y árboles de todo el mundo que deleitan a los amantes de la naturaleza. Impresionante, su entrada con altísimas palmeras. Una parada imprescindible para coger oxígeno.
Volvemos a Plaka con el bus y nos quedamos en el hotel hasta la hora de cenar (una horita y media más o menos). Cuando llegamos, la atmósfera nocturna del centro histórico se despierta poco a poco de su letargo. Sonidos de mandolino se escuchan de fondo y los camareros encienden velas en cada rinconcito. Seguro que encontramos un sitio especial para cenar. Y así es. Salimos frescos como rosas a la búsqueda de una opción ligera y acabamos en un piano bar con un par de gigantes ensaladas griegas. Buen vino blanco para acompañar y la voz extraordinaria de una cantante autóctona. ¿Qué más se puede pedir? ¡Chin, chin!
DÍA 2, una experiencia auténtica
Suena el despertador de nuestro segundo día. Esta vez desayunamos temprano en una franquicia de cafés cerca de la Acrópolis de Atenas. Aprovechamos el momento de relax en espera del autobús. El tiempo ha cambiado. El cielo está bastante cubierto pero no desistimos de nuestro empeño de coger la línea de la costa para pasar nuestra mañana dominical frente al Pireo.
Esta línea está pensada claramente para recoger a los turistas de los barcos de crucero y acercarlos a la ciudad pero tiene dos o tres paradas atractivas para cualquier época del año. Algo que hay que saber, si no se viaja en el periodo estival, es que la frecuencia de los autobuses, sobre todo el domingo, es bastante baja, por lo que mejor observarla antes para no tener que permanecer mucho tiempo en la parada. En verano no hay ningún problema ya que muchos viajeros se dirigen a las playas.
Nosotros nos dirigimos hacia el puerto de Mikrolimano, tomamos un café, donde recibimos la desafortunada noticia del último terremoto de nuestra región por parte de un preocupado camarero que nos escucha hablar en italiano. Llamamos a nuestra familia, aunque no podemos evitar que este acontecimiento condicione las siguientes horas de nuestro viaje.
Ya un poco menos tensos, elegimos un pequeño e inmaculado restaurante al lado del mar y comemos algo de pescado. El propietario quiere charlar un rato ya que en esta época no está muy lleno. Nos cuenta la vida de su familia, parece bastante entrañable. En el fondo es parte de la experiencia que nos encanta tener cuando viajamos… la gente. Giuseppe contacta a un ex alumno suyo, Nikolas, con el que acordamos encontrarnos sobre las ocho delante del Parlamento.
Volvemos s la ciudad y entramos en el museo de la Acrópolis, una visita indispensable a pesar de no ser expertos en arte ya que su arquitectura es singular y no es nada agobiante. Exploramos todas las salas, nos sentamos, meditamos y miramos hacia afuera. Parece que estamos en una pequeña pecera de historia y allí afuera el mundo nada a contracorriente.
Media horita de descanso en el balcón del hotel para consultar Tripadvisor y nos vamos al Parlamento, donde habíamos quedado con Nikolas. Tras pocos minutos de la hora señalada se aproxima a nosotros con una sonrisa de oreja a oreja y con Tonia, su pareja. Entablamos una misteriosa complicidad entre los cuatro. Es la primera vez que vemos a Tonia. Nikolas, por su parte, ha hecho un curso de italiano con Giuseppe. Sin embargo, parecen amigos de siempre. Tomamos una botella de vino en una terraza iluminada con lucecitas mientras la lluvia empieza a caer de manera tímida sobre nuestras cabezas. Nos comunicamos en un inglés macarrónico que nos permite incluso intercambiar lo mejor de nuestro sentido del humor, de trabajo, de nuestros respectivos países, de lugares del mundo, del futuro y corremos por las calles de un lado a otro, saltándonos los semáforos, intentando encontrar un restaurante típico donde cenar en un barrio bastante escondido para los turistas (quién sabe a cuántas manzanas de la Plaza de Syntagma).
Finalmente llegamos al restaurante Klimataria (Omonia): comida casera y buenísima. Nikolas pide lo que le parece mejor. Tonia nos explica los ingredientes de los platos. Bebemos demasiado, conversamos y nos divertimos. Es una noche especial, una verdadera velada griega con amigos. Al final nos peleamos un rato por pagar pero no hay manera de vencer en un país donde lo máximo que llegas a entender es un saludo.
De vuelta al lugar de partida nos paramos en un local muy animado y sugiero un digestivo para ir más ligeros a dormir. Un mojito y vuelta a casa… Abrimos la cortina de la habitación y saludamos por última vez a la Acrópolis que nos guiña un ojo en la distancia.Y en menos que canta un gallo estamos en pie otra vez, aeropuerto, una horita de turbulencias, otra de sueño y ya estamos en Roma, en coche de vuelta a casa. Eso sí, ahora cada vez que cierro los ojos un día nublado, imagino las nubes y claros del cielo de Atenas.
MIRIAM (la“Chavetas benjamina”) y Giuseppe, desde Atenas
